Envejecimiento del analista: un problema ético
Sara Zac de Filc
Presentado en el congreso de FEPAL (Federación Psicoanalítica de América Latina) de 2012
Envejecer es un complejo proceso biológico de cuyos mecanismos de regulación aún sabemos muy poco. A pesar de que se han dedicado numerosos estudios teóricos y experimentales a este problema, no existe una única teoría o mecanismo que pueda explicar la naturaleza del envejecimiento. La nuestra es una cultura que suele idealizar la vida activa, el éxito y la invulnerabilidad. Se tiende a considerar la vejez como un residuo de la vida. El aumento del número de personas mayores y la gran cantidad de años que lleva envejecer hacen que sea poco comprensible su exclusión de los temas centrales de la sociedad solo porque llegar a cierta edad provoca resistencia. La cultura de “permanecer jóvenes” parecería ser la razón de esta visión parcializada del desarrollo y del envejecimiento. Las posibilidades de pensar y hacer de las personas que atraviesan los períodos más avanzados de la vida contradice esta superficialidad, y merece que reinterpretemos el envejecimiento.
Uno de los principales problemas en relación con este tema es la tendencia a identificar la vejez con muerte o mortalidad. Esta tendencia restringe nuestra comprensión del envejecimiento como un proceso vital con sus situaciones específicas. Es importante tener un concepto de envejecimiento como un proceso activo que sigue entretejido con la vida. El envejecer es un proceso físico que estará siempre con nosotros. Lo que varía es nuestra manera de concebirlo. Solo los humanos tenemos una concepción del proceso de envejecimiento: podemos mirar hacia atrás y hacia delante en el tiempo y evaluar en perspectiva los distintos estadios de nuestras vidas. Siguiendo a Levinas (1969, 1987), la conciencia de la propia mortalidad no debe verse, como tradicionalmente se hace, como finitud, sino como un proceso de enriquecimiento interno que resulta de la constante interrelación entre las personas.
En nuestra disciplina, el estudio del envejecimiento es un fenómeno reciente. El tema empezó a suscitar interés en parte por el considerable aumento del promedio de vida y, en parte, porque trabajos y estudios pioneros como los de Pearl King demostraron que aun las personas de edad se pueden beneficiar con el análisis. Esto es así porque conservan funciones fundamentales que permiten la comprensión, y porque su experiencia de vida y su manera de enfrentar las situaciones que atraviesan les proporciona una mirada diferente que posibilita entender y elaborar los cambios. Pero si bien hemos aceptado la posibilidad de trabajar con personas mayores, no hemos llegado realmente a poder estudiar y aceptar las limitaciones que el envejecimiento impone sobre la tarea analítica. Por lo general, tratamos de evitar pensar en ellas o disminuimos su importancia, ya que exigen un autoanálisis difícil de realizar.
La mayoría de los trabajos psicoanalíticos sobre envejecimiento se ocupan no del envejecimiento de los analistas, sino de la posibilidad o imposibilidad de analizar pacientes mayores. Estos trabajos (especialmente la obra de King) demuestran que cuando las personas mayores vienen a la consulta, tienen enormes posibilidades de desarrollar un proceso analítico que los ayude a sentirse mejor. Sin embargo, en el capítulo titulado “Acerca del ser un analista que envejece” Pearl King reflexiona también sobre el ciclo de vida profesional de los psicoanalistas y lo difícil que es para éstos reconocer y aceptar sus propios procesos de envejecimiento. Por el otro lado, también vale la pena señalar que la IPA no hace mucho envió a sus asociaciones miembros un estudio acerca del envejecimiento de la población de analistas, pero centrando la preocupación en el desequilibrio económico que implicaría que los mayores ya no contribuyeran con sus cuotas, y el desfasaje que se produce por la disminución de los candidatos.
En general, no ha sido posible estudiar y discutir estos problemas. Hay sociedades en las que se ha hablado de políticas de jubilación, pero no ha habido resultados concretos de esas experiencias, y por lo general vemos que los analistas se retiran de la actividad cuando están muy enfermos. Asimismo, los institutos evitan enfrentar el problema del analista incapacitado o envejecido. Esto mismo nos hace pensar que algo nos falta: falta una investigación que se ocupe, por un lado, de la problemática del envejecimiento del analista y los problemas que se le presentan anímica y físicamente y, por el otro, de la mejor manera de aprovechar el caudal de conocimientos y experiencia de los analistas mayores.
Henri Bianchi, psicoanalista y antropólogo francés, subraya la importancia que tiene la cultura, con sus demandas, sus presupuestos y sus enfoques, para el análisis del envejecimiento desde un punto de vista clínico. Toda persona mayor enfrenta el temor a la muerte con las representaciones e interpretaciones características de su cultura, que actúan a la manera de supuestos básicos. Vivimos en una cultura que privilegia la juventud y teme a la vejez y, por ello, evita pensar en ella. Hay casi un odio a los viejos que aumenta las dificultades y el aislamiento de los mayores. La finitud, en el sentido de darse cuenta de la propia mortalidad, no debe llevar a una visión del envejecimiento como un residuo de la vida que tiene poca importancia. Por el contrario, percibir la finitud cambia nuestra perspectiva con respecto a modelos y patrones que hasta entonces nos parecían inamovibles, y nos hace preguntarnos qué son en realidad nuestro pasado, presente y futuro como totalidad, de modo que nuestra vida cobra otra dimensión. Este proceso genera un deseo de transmitir estas vivencias de modo que puedan ser aprovechadas por los demás.
Envejecer implica tener que enfrentarnos a nuestros miedos, al temor a la muerte física y/o mental, que produce una herida narcisista debido al miedo a la decadencia y a la pérdida de la estima de nuestro entorno. Nos enfrentarnos a nuestra vulnerabilidad y a la necesidad de cuidarnos de las actuaciones, que pueden aparecer como reacción contrafóbica a los temores emergentes. En general, se envejece mal, y los signos de envejecimiento llenan de enojo y hasta furia. Además, creo que el medio en el que nos formamos y trabajamos es el más temido y el más crítico, ya que no acepta la evolución propia del ser humano. Consideramos que la introspección que implica el análisis es imprescindible, pero hacemos muy poco para entender nuestro propio envejecimiento, a pesar de que entenderlo requiere, precisamente, de introspección. Considero, entonces, que el psicoanálisis puede ofrecer un modelo cultural distinto para ayudarnos en ese período. Y si es así, ¿cuál sería?
Deberíamos intentar profundizar metapsicológicamente para desarrollar una teoría psicoanalítica de la vejez, y esbozar esquemas que nos permitan enfrentar nuestros objetos internos idealizados, que se vuelven perseguidores, para poder elaborarlos desde mucho antes y proyectarlos en tareas u ocupaciones que aumenten la autoestima y amplíen nuestra subjetividad, que tiende a sentirse disminuida. En general, vemos el envejecimiento como un proceso que asusta, que trae deterioro y pérdida de las capacidades y lleva a un deslizamiento hacia la dependencia. Probablemente uno de los temas que debemos analizar en mayor profundidad es los efectos sobre el narcisismo: la injuria que estos cambios significan para nosotros. Considero que deberíamos armar grupos de analistas mayores con el objetivo de comentar estas vivencias, y encontrar tareas en las que aquéllos puedan aplicar sus amplios conocimientos y experiencia, más allá del tratamiento de candidatos o pacientes.
El paso del tiempo y las formas en las que pacientes y analistas lo resistimos y nos defendemos de él es un tema mayor para el psicoanálisis, ya que éste genera una relación paradójica con el tiempo. En verdad, operamos tanto en el tiempo como fuera del mismo. Si tomamos, por ejemplo, la sesión de análisis, ésta tiene un tiempo limitado y, sin embargo, aspiramos a que el espacio del análisis esté fuera del tiempo. Pasa a ser, como dice Freud, “una región intermedia en la que se da la transición entre la enfermedad y la vida real”. Por eso es importante poder estudiar cómo enfrentar este problema desde el comienzo mismo de nuestra formación, ya que el paso del tiempo es inexorable, y nos enfrenta a una multiplicidad de complejidades. Muchas veces nuestra dificultad de intervenir producto de una cierta deformación profesional en lo que hace al setting nos impide ayudar a enfrentar esa misma realidad que nos aqueja. Es aquí que la institución tendría un importante rol a cumplir, evitando generar la imagen de un mundo que se mueve alrededor del éxito, de los logros, de la perfección o de la juventud infinita, donde parecería que el fracaso y la vulnerabilidad no ocurren, y que el envejecimiento lleva a la falta de un lugar propio.
Debemos aceptar que el envejecimiento es un proceso de cambio, y que nuestra práctica profesional nos exige adecuarnos a él. Surgen nuevas situaciones que deben ser afrontadas con total honestidad e integridad (personal y profesional) para evitar la desesperación que suele producir la vivencia de vulnerabilidad generada por los signos de envejecimiento mental y físico (Bolgar, 2002). El mayor problema surge cuando construimos una muralla para no advertirlos (Bolgar, 2002). Es aquí que aparece la necesidad de estudiar cómo hacer para ayudar al que no puede o no quiere reconocer que su estado requiere el pasaje a otras tareas. Esta situación nos plantea dos caminos. Por una parte, debemos estudiar qué tareas podríamos establecer para generar un espacio de transición que permita a los analistas elaborar el cambio, que siempre es vivido como pérdida. Y, por la otra, es necesario encontrar la manera de transformar ese espacio de transición en la posibilidad de verter la experiencia, y hacer sentir al colega mayor que esa experiencia es válida y que, a su vez, otorga validez y vitalidad a este nuevo estadio. Vivir significa, precisamente, convivir con las pérdidas y encontrar nuevas fuentes de satisfacción y de producción.
Peter Hildebrand demuestra que los pacientes mayores pueden tener una “oportunidad psicoterapéutica”. Este autor insiste en que la creatividad continúa a lo largo de la vida, y que puede haber cambios estructurales profundos en la edad mayor. Emociones como pena, rabia y pérdida, el deterioro físico y la aceptación de la muerte pueden elaborarse a través de un análisis que permita la liberación del pasado y la adquisición de una nueva forma de sabiduría. Esto que Hildebrand atribuye al análisis de los pacientes mayores es lo que deberíamos lograr también con la elaboración de los mismos sentimientos en los analistas que envejecen. Entonces, ¿cuál debería ser el papel de la institución, del grupo de pares? ¿Cómo debatir este tema para encontrar un camino fructífero?
Creo que esta posibilidad que nos ha dado FEPAL de conversar sobre este tema debería ser el comienzo de un esfuerzo conjunto para discutir, analizar, intercambiar y encontrar algunas pautas que sirvan a todos los analistas. Necesitamos no solo un código de procedimientos que recomiende un límite de edad y el establecimiento de pautas de salud, sino también una estrategia para ayudar en ese proceso a nuestros colegas mayores, tratando de encontrar caminos para usar su experiencia y conocimiento, que van más allá del tratamiento de pacientes. Por el otro lado, es necesario estudiar y analizar por qué no hay un mayor número de candidatos que quieren formarse como analistas. Esto plantea numerosos interrogantes, así como la necesidad de pensar si no deberíamos también preguntarnos si nuestros métodos no han experimentado también cierto envejecimiento.
Resumiendo, propongo que discutamos y estudiemos este estadio desde un punto de vista metapsicológico, y analicemos las identificaciones con objetos internos y externos persecutorios que inducen a proyecciones inadecuadas o a retiros negativos. Como siempre ha ocurrido en nuestra ciencia, estudiar y analizar lo que proviene de la experiencia nos permitirá encontrar una estrategia que permita usar y convalidar la riqueza que dan la experiencia y el conocimiento adquiridos por nuestros mayores para beneficio de ellos mismos, del grupo y de la institución toda, que será la mejor manera de enfrentar el temor a la desconsideración y a la desvalorización. Es necesario empezar a abordar el tema del envejecimiento antes de que se convierta en un problema: encontrar maneras de trabajar con los colegas que envejecen para que aprovechar sus aportes. Una estrategia posible es la de crear un sistema de mentores para los candidatos. Me gustaría que la discusión que suceda a este panel sirviera como un espacio para pensar otras opciones.
Sara Zac de Filc
Presentado en el congreso de FEPAL (Federación Psicoanalítica de América Latina) de 2012
Envejecer es un complejo proceso biológico de cuyos mecanismos de regulación aún sabemos muy poco. A pesar de que se han dedicado numerosos estudios teóricos y experimentales a este problema, no existe una única teoría o mecanismo que pueda explicar la naturaleza del envejecimiento. La nuestra es una cultura que suele idealizar la vida activa, el éxito y la invulnerabilidad. Se tiende a considerar la vejez como un residuo de la vida. El aumento del número de personas mayores y la gran cantidad de años que lleva envejecer hacen que sea poco comprensible su exclusión de los temas centrales de la sociedad solo porque llegar a cierta edad provoca resistencia. La cultura de “permanecer jóvenes” parecería ser la razón de esta visión parcializada del desarrollo y del envejecimiento. Las posibilidades de pensar y hacer de las personas que atraviesan los períodos más avanzados de la vida contradice esta superficialidad, y merece que reinterpretemos el envejecimiento.
Uno de los principales problemas en relación con este tema es la tendencia a identificar la vejez con muerte o mortalidad. Esta tendencia restringe nuestra comprensión del envejecimiento como un proceso vital con sus situaciones específicas. Es importante tener un concepto de envejecimiento como un proceso activo que sigue entretejido con la vida. El envejecer es un proceso físico que estará siempre con nosotros. Lo que varía es nuestra manera de concebirlo. Solo los humanos tenemos una concepción del proceso de envejecimiento: podemos mirar hacia atrás y hacia delante en el tiempo y evaluar en perspectiva los distintos estadios de nuestras vidas. Siguiendo a Levinas (1969, 1987), la conciencia de la propia mortalidad no debe verse, como tradicionalmente se hace, como finitud, sino como un proceso de enriquecimiento interno que resulta de la constante interrelación entre las personas.
En nuestra disciplina, el estudio del envejecimiento es un fenómeno reciente. El tema empezó a suscitar interés en parte por el considerable aumento del promedio de vida y, en parte, porque trabajos y estudios pioneros como los de Pearl King demostraron que aun las personas de edad se pueden beneficiar con el análisis. Esto es así porque conservan funciones fundamentales que permiten la comprensión, y porque su experiencia de vida y su manera de enfrentar las situaciones que atraviesan les proporciona una mirada diferente que posibilita entender y elaborar los cambios. Pero si bien hemos aceptado la posibilidad de trabajar con personas mayores, no hemos llegado realmente a poder estudiar y aceptar las limitaciones que el envejecimiento impone sobre la tarea analítica. Por lo general, tratamos de evitar pensar en ellas o disminuimos su importancia, ya que exigen un autoanálisis difícil de realizar.
La mayoría de los trabajos psicoanalíticos sobre envejecimiento se ocupan no del envejecimiento de los analistas, sino de la posibilidad o imposibilidad de analizar pacientes mayores. Estos trabajos (especialmente la obra de King) demuestran que cuando las personas mayores vienen a la consulta, tienen enormes posibilidades de desarrollar un proceso analítico que los ayude a sentirse mejor. Sin embargo, en el capítulo titulado “Acerca del ser un analista que envejece” Pearl King reflexiona también sobre el ciclo de vida profesional de los psicoanalistas y lo difícil que es para éstos reconocer y aceptar sus propios procesos de envejecimiento. Por el otro lado, también vale la pena señalar que la IPA no hace mucho envió a sus asociaciones miembros un estudio acerca del envejecimiento de la población de analistas, pero centrando la preocupación en el desequilibrio económico que implicaría que los mayores ya no contribuyeran con sus cuotas, y el desfasaje que se produce por la disminución de los candidatos.
En general, no ha sido posible estudiar y discutir estos problemas. Hay sociedades en las que se ha hablado de políticas de jubilación, pero no ha habido resultados concretos de esas experiencias, y por lo general vemos que los analistas se retiran de la actividad cuando están muy enfermos. Asimismo, los institutos evitan enfrentar el problema del analista incapacitado o envejecido. Esto mismo nos hace pensar que algo nos falta: falta una investigación que se ocupe, por un lado, de la problemática del envejecimiento del analista y los problemas que se le presentan anímica y físicamente y, por el otro, de la mejor manera de aprovechar el caudal de conocimientos y experiencia de los analistas mayores.
Henri Bianchi, psicoanalista y antropólogo francés, subraya la importancia que tiene la cultura, con sus demandas, sus presupuestos y sus enfoques, para el análisis del envejecimiento desde un punto de vista clínico. Toda persona mayor enfrenta el temor a la muerte con las representaciones e interpretaciones características de su cultura, que actúan a la manera de supuestos básicos. Vivimos en una cultura que privilegia la juventud y teme a la vejez y, por ello, evita pensar en ella. Hay casi un odio a los viejos que aumenta las dificultades y el aislamiento de los mayores. La finitud, en el sentido de darse cuenta de la propia mortalidad, no debe llevar a una visión del envejecimiento como un residuo de la vida que tiene poca importancia. Por el contrario, percibir la finitud cambia nuestra perspectiva con respecto a modelos y patrones que hasta entonces nos parecían inamovibles, y nos hace preguntarnos qué son en realidad nuestro pasado, presente y futuro como totalidad, de modo que nuestra vida cobra otra dimensión. Este proceso genera un deseo de transmitir estas vivencias de modo que puedan ser aprovechadas por los demás.
Envejecer implica tener que enfrentarnos a nuestros miedos, al temor a la muerte física y/o mental, que produce una herida narcisista debido al miedo a la decadencia y a la pérdida de la estima de nuestro entorno. Nos enfrentarnos a nuestra vulnerabilidad y a la necesidad de cuidarnos de las actuaciones, que pueden aparecer como reacción contrafóbica a los temores emergentes. En general, se envejece mal, y los signos de envejecimiento llenan de enojo y hasta furia. Además, creo que el medio en el que nos formamos y trabajamos es el más temido y el más crítico, ya que no acepta la evolución propia del ser humano. Consideramos que la introspección que implica el análisis es imprescindible, pero hacemos muy poco para entender nuestro propio envejecimiento, a pesar de que entenderlo requiere, precisamente, de introspección. Considero, entonces, que el psicoanálisis puede ofrecer un modelo cultural distinto para ayudarnos en ese período. Y si es así, ¿cuál sería?
Deberíamos intentar profundizar metapsicológicamente para desarrollar una teoría psicoanalítica de la vejez, y esbozar esquemas que nos permitan enfrentar nuestros objetos internos idealizados, que se vuelven perseguidores, para poder elaborarlos desde mucho antes y proyectarlos en tareas u ocupaciones que aumenten la autoestima y amplíen nuestra subjetividad, que tiende a sentirse disminuida. En general, vemos el envejecimiento como un proceso que asusta, que trae deterioro y pérdida de las capacidades y lleva a un deslizamiento hacia la dependencia. Probablemente uno de los temas que debemos analizar en mayor profundidad es los efectos sobre el narcisismo: la injuria que estos cambios significan para nosotros. Considero que deberíamos armar grupos de analistas mayores con el objetivo de comentar estas vivencias, y encontrar tareas en las que aquéllos puedan aplicar sus amplios conocimientos y experiencia, más allá del tratamiento de candidatos o pacientes.
El paso del tiempo y las formas en las que pacientes y analistas lo resistimos y nos defendemos de él es un tema mayor para el psicoanálisis, ya que éste genera una relación paradójica con el tiempo. En verdad, operamos tanto en el tiempo como fuera del mismo. Si tomamos, por ejemplo, la sesión de análisis, ésta tiene un tiempo limitado y, sin embargo, aspiramos a que el espacio del análisis esté fuera del tiempo. Pasa a ser, como dice Freud, “una región intermedia en la que se da la transición entre la enfermedad y la vida real”. Por eso es importante poder estudiar cómo enfrentar este problema desde el comienzo mismo de nuestra formación, ya que el paso del tiempo es inexorable, y nos enfrenta a una multiplicidad de complejidades. Muchas veces nuestra dificultad de intervenir producto de una cierta deformación profesional en lo que hace al setting nos impide ayudar a enfrentar esa misma realidad que nos aqueja. Es aquí que la institución tendría un importante rol a cumplir, evitando generar la imagen de un mundo que se mueve alrededor del éxito, de los logros, de la perfección o de la juventud infinita, donde parecería que el fracaso y la vulnerabilidad no ocurren, y que el envejecimiento lleva a la falta de un lugar propio.
Debemos aceptar que el envejecimiento es un proceso de cambio, y que nuestra práctica profesional nos exige adecuarnos a él. Surgen nuevas situaciones que deben ser afrontadas con total honestidad e integridad (personal y profesional) para evitar la desesperación que suele producir la vivencia de vulnerabilidad generada por los signos de envejecimiento mental y físico (Bolgar, 2002). El mayor problema surge cuando construimos una muralla para no advertirlos (Bolgar, 2002). Es aquí que aparece la necesidad de estudiar cómo hacer para ayudar al que no puede o no quiere reconocer que su estado requiere el pasaje a otras tareas. Esta situación nos plantea dos caminos. Por una parte, debemos estudiar qué tareas podríamos establecer para generar un espacio de transición que permita a los analistas elaborar el cambio, que siempre es vivido como pérdida. Y, por la otra, es necesario encontrar la manera de transformar ese espacio de transición en la posibilidad de verter la experiencia, y hacer sentir al colega mayor que esa experiencia es válida y que, a su vez, otorga validez y vitalidad a este nuevo estadio. Vivir significa, precisamente, convivir con las pérdidas y encontrar nuevas fuentes de satisfacción y de producción.
Peter Hildebrand demuestra que los pacientes mayores pueden tener una “oportunidad psicoterapéutica”. Este autor insiste en que la creatividad continúa a lo largo de la vida, y que puede haber cambios estructurales profundos en la edad mayor. Emociones como pena, rabia y pérdida, el deterioro físico y la aceptación de la muerte pueden elaborarse a través de un análisis que permita la liberación del pasado y la adquisición de una nueva forma de sabiduría. Esto que Hildebrand atribuye al análisis de los pacientes mayores es lo que deberíamos lograr también con la elaboración de los mismos sentimientos en los analistas que envejecen. Entonces, ¿cuál debería ser el papel de la institución, del grupo de pares? ¿Cómo debatir este tema para encontrar un camino fructífero?
Creo que esta posibilidad que nos ha dado FEPAL de conversar sobre este tema debería ser el comienzo de un esfuerzo conjunto para discutir, analizar, intercambiar y encontrar algunas pautas que sirvan a todos los analistas. Necesitamos no solo un código de procedimientos que recomiende un límite de edad y el establecimiento de pautas de salud, sino también una estrategia para ayudar en ese proceso a nuestros colegas mayores, tratando de encontrar caminos para usar su experiencia y conocimiento, que van más allá del tratamiento de pacientes. Por el otro lado, es necesario estudiar y analizar por qué no hay un mayor número de candidatos que quieren formarse como analistas. Esto plantea numerosos interrogantes, así como la necesidad de pensar si no deberíamos también preguntarnos si nuestros métodos no han experimentado también cierto envejecimiento.
Resumiendo, propongo que discutamos y estudiemos este estadio desde un punto de vista metapsicológico, y analicemos las identificaciones con objetos internos y externos persecutorios que inducen a proyecciones inadecuadas o a retiros negativos. Como siempre ha ocurrido en nuestra ciencia, estudiar y analizar lo que proviene de la experiencia nos permitirá encontrar una estrategia que permita usar y convalidar la riqueza que dan la experiencia y el conocimiento adquiridos por nuestros mayores para beneficio de ellos mismos, del grupo y de la institución toda, que será la mejor manera de enfrentar el temor a la desconsideración y a la desvalorización. Es necesario empezar a abordar el tema del envejecimiento antes de que se convierta en un problema: encontrar maneras de trabajar con los colegas que envejecen para que aprovechar sus aportes. Una estrategia posible es la de crear un sistema de mentores para los candidatos. Me gustaría que la discusión que suceda a este panel sirviera como un espacio para pensar otras opciones.